Por José Antonio Trujeque
El 14 de julio de 1789, el rey francés Luis XVI anotó en su diario una sola palabra: "Rien". Es decir, "nada". Nada para él significó la "toma de la Bastilla" efectuada por el pueblo parisino del barrio de Saint Antoine. Un barrio especialmente castigado por el encarecimiento del precio del pan, la carestía, la depreciación de los salarios, y además sujeto de una represión por parte de las tropas realistas apenas unos días antes. Varias personas murieron al abrir fuego las tropas en aquel 12 de julio, dos días antes de la Toma de la Bastilla.
Por cierto, la reina María Antonieta, una típica ejemplar de la mentalidad aristocrática y absolutista (era hija del emperador austríaco Francisco I), se refirió a las movilizaciones del pueblo parisino con palabras de altivez, de soberbia, que retratan perfectamente la manera de pensar de las clases dominantes que chocaron de frente con el pueblo parisino movilizado.
"Qu’ils mangent de la brioche!".
"¡Que coman pasteles!", exclamó María Antonieta cuando parte del pueblo parisino se presentó en Versalles pidiendo que se bajaran los precios del pan y que acabara la severa carestía de aquellas semanas.
En una película ahora considerada de culto, "La Noche de Varennes" de Ettore Scola, una de las escenas de antología es cuando los campesinos de ese pueblo francés, Varennes, reconocen a Luis XVI a pesar de su disfraz. En cámara lenta, Scola pretende captar los segundos exactos en los que el pueblo francés pierde el respeto milenario y atávico por la realeza y por la figura del rey (Francia fue el país donde un individuo, Luis XIV, osó decir "El Estado soy yo"), y entonces transita a una actitud de franca rebelión, de desacralizar a esa figura antes considerada como divina.
En esos precisos segundos de "la noche de Varennes", puede decirse que se inició el ciclo de revoluciones populares modernas, y que sigue presente en nuestros días. Es una especie de onda de sucesos históricos de larga duración que aparecen en ciclos más coyunturales y tienen períodos de reflujo, como de reactivación.
La cuestión es que pocas semanas después de la noche de Varennes, Luis Capeto, antes rey de Francia y Rey de los franceses, fue ejecutado en una de las ceremonias de ajusticiamiento más terribles en la historia humana. Un poco más tarde, María Antonieta seguiría el camino al patíbulo.
Una sola palabra y una sola oración definen entera la personalidad y la forma de pensar de ambos personajes.
La palabra es "Rien" (Nada), escrita por Luis XVI en la misma noche en que tuvo lugar la Toma de la Bastilla. Retrato de un aristócrata totalmente alejado del sentir del pueblo francés, pueblo que para Luis XVI simplemente no existía. "Ni los veo ni los oigo", sería la frase equivalente, si bien esta última es cosecha personal de otro autoritario, el señor Carlos Salinas de Gortari. Recordemos que la ejecución de Luis XVI (1793) fue votada en la célebre Convención revolucionaria donde había hombres de la talla de Danton, Camille Desmoulins, Robespierre, Saint Just, Jean Paul Marat, entre otros.
Y el voto de condena a la pena capital fue porque a pesar de que dos años antes había sido investido con el título de Rey constitucional de los franceses (es decir, ya no el absoluto Rey de Francia), Luis XVI fue descubierto "in fraganti" en una fuga hacia Austria, con la intención de levantar una coalición de reinos absolutistas para aplastar la revolución francesa. Esta traición a la "Grande Nation" fue entonces el motivo de su ejecución entre la cuchilla de la siniestra guillotina. Los testigos dicen que aún a punto de que el verdugo lo ajusticiara, este pobre hombre no tuvo los arrestos para dirigirse al pueblo francés: rien..... nada...
La oración es "¡Que coman pasteles!". María Antonieta era conocida por su frivolidad, por una actitud de considerar que el poder era como su mundo de juguete y de caprichos. Hay películas hollywoodescas de un claro e irritante revisionismo histórico en donde María Antonieta es retratada como una dulce ama de casa habitando en Palacio Real. Una devota madre, y una mártir casi casi de estatura cristológica. Nada de eso. La última reina del siglo XVIII francés pasaba la mayor parte de las horas de su vida en bailes palaciegos, y en las salas de su peinadora y su sastre personales.
Cuando se involucró en la política, fue a través de la intriga palaciega, sin considerar el interés de los franceses, y en cambio guiarse por los chismarajos de algunos cortesanos. Tan es así que cuando se agudizaba la crisis económica del reino de Francia, María Antonieta se integró a la tela de araña de una intriga cortesana y terminó despidiendo a personas que estaban rescatando del naufragio total a ese pesadísimo barco podrido y corrupto que era el Antiguo Régimen feudal y aristocrático. Tal fue el caso de los ministros de finanzas Malesherbes y Calonne.
La ejecución de ambos personajes es sólo la punta del iceberg de un conjunto de transformaciones muy profundas en las clases sociales, en la mentalidad popular y en la cultura política: los aristócratas huyeron en masa al extranjero, abandonando sus "tierras" y por ende las llaves del poder feudal que detentaban desde hacía siglos enteros. La Convención revolucionaria decretó la nacionalización de enormes extensiones de tierra para cederla a millones de campesinos franceses. Es decir que la dinámica de la revolución terminó por expulsar a esa clase social feudal aristocrática, y en su lugar propició la aparición de unas clases medias agrarias y de pequeños propietarios agrícolas. Un resultado similar al de la revolución mexicana de 1910-1940: la destrucción de clases sociales agrarias dominantes (la aristocracia francesa y los grandes hacendados mexicanos desaparecieron para siempre) y la aparición de nuevas capas sociales. Pero quizá en este punto cesan las similitudes entre las dos revoluciones.
La cuestión es que con la noche de Varennes (magistralmente llevada al celuloide por Ettore Scola) se inicia una verdadera revolución de las conciencias que iría extendiéndose en cuestión de pocos años en una escala planetaria: ya no más regímenes absolutistas, sino su sustitución por regímenes constitucionales y de democracia representativa. Un progresivo desarrollo hacia el laicismo moderno: la tolerancia hacia distintas maneras de ser y de pensar, sin que haya nada parecido a una moral y a una religión oficiales.
Vaya. Hasta en el seno del otrora lejano, casi inaccesible y antiquísimo Imperio Chino, llegaría ese ciclo de revoluciones en las mentalidades y en las maneras de organizar al Estado y a la sociedad. En la actualidad, las formas verticales de autoridad del Imperio Chino que se trasvasaron hacia el Estado socialista de Mao Zedong (producto del ciclo revolucionario mundial inicado en la noche de Varennes), hacen posible que la República Popular China sea el paraíso del neoliberalismo, por los controles estatales férreos entre sus clases trabajadoras, quienes están sujetas a salarios ínfimos.
En México se dará la paradoja histórica de que las dos grandes revoluciones ligadas a ese ciclo internacional revolucionario nacido en Francia, la revolución de Independencia y la Revolución mexicana, sean "celebradas" en medio de un régimen de derecha y que se ha destacado por una serie de políticas no sólo distintas, sino de plano negadoras de la matriz revolucionaria en donde emergieron el sindicalismo del tipo del SME, los regímenes de seguridad social como el IMSS o el ISSSTE, cada vez más privatizados de una o de otra manera.
Y sobre todo, consideremos que el "Proyecto Lozano" de reforma a la Ley Federal del Trabajo va en el sentido de institucionalizar la subcontratación, o el "outsourcing" tan caro a la OCDE, al FMI, y a las empresas más ligadas a la ortodoxia neoliberal: desaparición de contratos colectivos de trabajo, y en su lugar, contratos individuales en donde se le puede echar a la calle al trabajador si no se "ajusta" a los requerimientos de la empresa, y se le puede echar a la calle sin que medie la defensa de un sindicato. Ese es en síntesis el llamado proyecto Lozano de reforma laboral. Es muy probable que, a menos que la movilización encabezada por el Sindicato Mexicano de Electricistas lo impida, ese proyecto de la derecha y de los neoliberales trate de ser insertado en el mismísimo año 2010: el año del Bicentenario y del Centenario de las dos grandes revoluciones nacionales y populares que ha tenido nuestro país.
Sería para la derecha mexicana y para los neoliberales del mundo, una victoria plena de simbolismos. Ya sabemos que a ellos les gusta, les encanta decretar cosas como "el fin de la historia", "el fin del marxismo", "el fin de la Modernidad", "la era Posmoderna y Postindustrial", la "competitividad" de toda una Nación, como si las personas fuéramos unas cosas autómatas despojadas de resortes vitales como el amor, el entusiasmo, el altruismo, la fraternidad, y pasar a ser, según esas doctrinas de la "competitividad", unos seres guiados por intereses egoístas y puramente materiales.
¿Dice algo que en los países donde se aplica esa receta neoliberal salvaje haya crecido el número de suicidas? ¿Dice algo que en México, donde se aplica con fiereza ese recetario neoliberal, desde hace por lo menos 25 años, haya crecido y desgraciadamente se haya consolidado ese síntoma de desintegración y de anomia social que es la delincuencia común y la delincuencia organizada? ¿Qué nos dice el fenómeno terrible del feminicidio en ciudades de la maquila, en ciudades de la frontera con la potencia del Primer Mundo Capitalista?
Claro, hay muchas más interrogantes.
Pero la historia, que debería ser nuestra maestra de todos los días, nos indica que ese ciclo revolucionario mundial es inherente a los regímenes donde coinciden desigualdades económicas, desigualdades políticas, y una actitud de las élites gobernantes que raya en la altanería, la soberbia, el manejo discrecional y a modo de las leyes, manejo que siembra agravios profundos en numerosas capas sociales. Alarma entonces, y mucho, que la derecha actual y que gobierna a México, continúe optando por confrontar de manera directa a sectores y organizaciones muy arraigadas en la sociedad mexicana.
La Libertad guiando al pueblo
(Eugène de la Croix)